La Triana de faroles y de ayuda entre vecinos

Pepa reconoce que la gracia es heredada de su padre. «Ahora me han regalado una bombona de oxígeno porque me cuesta respirar, pero digo yo que en vez de bombona me podrían haber regalado bombones» (y se ríe a través del teléfono. Siempre es así: se le ocurren pequeños chistes hasta en los momentos más complicados.

Su padre trabajaba como oficinista en el puerto de Sevilla, anotando en una pizarra los barcos que entraban y que salían, las horas, el género que llevaban y las cargas. Lo que más me ha llamado la atención de su padre es que iba leyendo novelas mientras caminaba al trabajo. «A las 5am ya iba leyendo hasta más allá de la barra … hasta lo último donde entran los barcos. Se terminaba una novela en varios días. Como no había tantos coches ni tanta gente y sabía por dónde iba, podía leer y caminar a la vez». Me imagino perfectamente al padre de Pepa, atravesando las huertas que hoy son los edificios altos de Los Remedios en Sevilla, o quizás caminando por la vera del Guadalquivir hasta llegar al puerto.

Hoy me cuenta que con la guerra no entraban barcos y los trabajadores no podían descargar. «Hoy por lo menos pagan un sueldo, pero antes, si no había trabajo, pues no cobrabas… menos mal que teníamos garbanzos, chicharos, bacalao… en el tiempo tan apretado había que tirar de lo que ya se tenía comprado. La casa costaba bien poco y luz en realidad no había que pagar porque no había».

Aún me llama la atención imaginar las calles sin luz eléctrica. Pepa cuenta que «sobre el 36 o 38 es cuando vino la luz en la calle. Hasta entonces todo eran farores: los faroles de Santana y el puente de Triana estaba alumbrado entero de faroles de gas. Tenían 4 o 5 cristales para que no se apagara la mecha. Por la mañana venía el farolero y apagaba todos los que había encendido por la noche. Los niños se iban detrás del farolero a ver el oficio… entonces había muchas más cosas en las que entretenerse! Me gustaba más triana con los faroles que con luz.

La vida en Triana entonces se hacía mucho en la calle, y había mucha más relación entre los vecinos. Como dice Pepa, «hoy te metes en el ascensor y no conoces a la gente que vive en tu edificio. Hoy miras por merilla para no coincidir. Antes, cuando había necesidad en una familia, entre todos los vecinos la sacaban adelante: uno le ponía a los niños para comer, entre otro se pagaba la casa… Ahora estamos mejor educados, pero no se comparte. Uno no tiene para comer y por orgullo no dice nada… pero antes no hacía falta ni decirlo, porque ya los vecinos lo sabían y ayudaban».

Y además de en Triana, Pepa también vivió en el campo, cuando tenía como veinte años… en el campo de cerca del «puente de Camas cuando aquello eran huertas y campo. Ahí tenía una piara de cabras y vivía entre eucaliptos. Las ordeñaba e iba a vender la leche por la calle torneo. Como la leche de cabra es como espumosa, le echaba un poco de bicarbonato a la leche para que pareciera que había más más… y esa era la ganancia!.

Me gustaría acercarme de nuevo pero no dejan visitas: solo a familia cercana y solamente media hora. Las dos personas tienen que llevar mascarillas y, como dice Pepa: «la voz no sale igual que la que tenemos; así que como no veo bien, no se conoce ni con quién estoy hablando».

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Publicado el

16/08/2020

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