El tesoro que mi abuelo me dejó

Acababa de empezar el año 1984 y quedaban pocos días para que tuviera que volverme a Madrid, donde había empezado a estudiar mi carrera de Filología. Como cada vez que tenía que volverme desde La Coruña a Madrid, los momentos se me presentaban agridulces: por un lado estaba deseando volver a mi libertad e independencia, allí en el Colegio Mayor donde todas las decisiones las tomaba yo solita, sin que nadie me dijera haz esto o lo otro; pero, por otro lado, el dejar mi casa, a mi familia, a mis amigos de siempre, me producía un poco de tristeza que no acababa de encajar.
Este año, además, mi abuelo Juan estaba enfermo, bastante más enfermo de lo que yo quería aceptar; así es que cuando fui a despedirme de él, me habló con la serenidad que siempre tenía, con esa calma y esa paz que te transmitía, que parecía abrirte la mente en dos, sin dolor y elevarte a una nube en la que todo los veías siempre más claro. Se estaba despidiendo, sí, pero no de las vacaciones. Esta vez se estaba despidiendo para siempre porque él sabía bien que se iría pronto y que cuando yo volviera, en marzo, en mis próximas vacaciones, él ya no estaría allí.
No era capaz de contener mis lágrimas oyéndole, como siempre, tan atenta que ni siquiera pestañeaba. No era justo que una persona como él, como mi abuelo Juan, la persona más buena que había conocido en mi vida, tuviera que dejarnos, que dejarme para siempre.
Lucía, me dijo, ya no eres una niña; eres una mujer, una gran mujer que seguirá su vida dando grandes pasos. Pero recuerda lo que siempre te he dicho, esas veces en las que paseábamos por el bosque con pasos lentos, pero firmes. No tengas prisa por llegar; no corras. No importa que tus pasos sean pequeños, incluso lentos. Disfruta siempre del camino y sé buena. Sé generosa siempre con los demás. Y sé humilde porque la grandeza de tu corazón es lo que te permitirá ser feliz. ¿Te acuerdas de cuántas veces hemos hablado de esto? Ahora ya es tiempo de irme y cuando vuelvas a casa, no estaré. Pero siempre me tendrás contigo porque sé lo mucho que me quieres, casi tanto como yo a ti y, por eso, sé que nunca olvidarás nuestras conversaciones. Tampoco me olvidarás a mí, así es que por eso tú y yo sabemos que siempres estaremos juntos, o como si lo estuviéramos. Recuerda, mi pequeña gran Lucía: el camino se hace dando pequeños pasos y disfrutando de él. Otra cosa será solo una felicidad efímera, quizá irreal, que no te merecerá la pena. Te quiero mucho.
Todo esto me dijo mi querido abuelo Juan antes de irse. Estas enseñanzas me han acompañado y aún me acompañan en mi vida. Cada vez que recuerdo esta conversación, la vivo tan intensamente que vuelvo a estar con mi abuelo, allí sentada, como si verdaderamente lo tuviera delante y lo oyera respirar muy cerca…

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Publicado el

02/05/2020